En la época de Kant coexistían muchas, diversas y opuestas interpretaciones sobre el objetivo y sentido de la tarea filosófica -la mayoría de las cuales persisten aún-. Para poner orden entre tanta discusión, Kant se propone someter a juicio la razón y descubrir la raíz de las interpretaciones antagónicas que la paralizan:
1. El dogmatismo racionalista, o creencia infundada en que la razón, por sí sola y al margen de la experiencia, basta para conocer la estructura de la realidad e interpretar su sentido. Para establecer el alcance y los límites del conocimiento científico, es decir, respoder a la pregunta ¿qué puedo conocer?
2. El positivismo conducente al escepticismo, que intenta reducir la realidad a los fenómenos aislados y no admite más que lo empíricamente comprobable -como lo entendía Hume-. Para establecer así los principios que deben regir la acción humana respondiendo al interrogante ¿qué debo hacer?
3. El irracionalismo entendido como sobre-valoración del sentimiento, de la fe mística o del entusiasmo subjetivo, que termina por rechazar todo discurso racional sobre la realidad. Con tales corrientes en disputa, no resultaba nada cómodo ni fácil emprender una crítica de la razón. Con el objetivo de proyectar el destino último del hombre y la humanidad y las condiciones para su realización respondiendo a la cuestión ¿qué me cabe esperar?
Nos ha llamado la atención el imperativo categórico, el cual actúa de tal modo como si la máxima de tus acciones pudiera convertirse en ley universal.
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